Un golpe de alegría

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Bajaba distraído las escaleras del metro y hacia la mitad me tomó por sorpresa la alegría: en el andén había dos músicos tocando y cantando una de esas canciones de los Beatles que parecen contener toda la felicidad y toda la melancolía, el puro presente y el velo del pasado: “And I Love Her”. La armonía de las dos voces jóvenes la subrayaban una guitarra y una mandolina. Era como tener quince o veinte años y como acordarse de haberlos tenido. Era sentir que el tiempo no ha amortiguado la capacidad de estremecimiento, la expectativa de vivir. Me acordé de cuántas veces me gusta la aparición de una mandolina en la música: En Don Giovanni, cuando el muy sinvergüenza le da una serenata bajo el balcón a Donna Elvira; en el concierto para dos mandolinas de Vivaldi; en uno de los pasajes más misteriosos de la Séptima de Mahler. Los Beatles con mandolina son un estupendo hallazgo en este túnel del metro. Y además me acuerdo de que mi hijo Arturo toca de vez en cuando, además de la guitarra, una mandolina, que se corresponde muy bien con su actitud sigilosa en el mundo, y en el grupo de música del que forma parte. Dejé pasar un tren para seguir escuchando a que terminara la canción.