Banda sonora

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No se acuerda uno de la influencia que tuvo el cine en su educación musical, sobre todo en épocas en las que el acceso a la buena música estaba mucho más limitado: por la ignorancia general, por la ausencia de la música en las escuelas, y también en las iglesias. Grandísimos compositores han hecho música religiosa, pero la que oíamos en misa de niños era de una enorme vulgaridad casi siempre, no mejorada precisamente cuando llegó la modernidad católica y empezaron a tocar “El cóndor pasa” y cosas así en las misas. Da envidia la austera tradición luterana de los himnos, que educaba tanto el oído en otros países.

Uno escuchaba una música en una película y el oído, ignorante pero alerta, percibía cosas que nos estremecían o nos llenaban de júbilo, aunque no supiéramos por qué. No éramos conscientes de que una parte del miedo y la angustia que sentíamos viendo Psicosis procedía de la partitura de Bernard Hermann. En la televisión ponían una serie italiana espléndida sobre Pinocho, dirigida creo que por Luigi Comencini, y casi lo mejor era aquella música que sonaba en ella, y que uno no sabía que era de Nino Rota. Yo solo descubrí ese nombre cuando vi el Amarcord de Fellini.

Quizás el director de cine al que más educación musical le debo es Stanley Kubrick. Gracias a él supe que existían Rossini, Schubert, Ligeti, Purcell, tantos otros. Un amigo me dejó dos elepés con las bandas sonoras de La naranja mecánica y de 2001 y no paraba de escucharlos. Schubert me partió por primera vez el corazón en Barry Lyndon.

Vi el otro día Birdman, que me parece muy buena, a pesar de algún exceso argumental, y me gustaron sobre todo dos cosas que se complementan entre sí: su manera de atrapar una cierta atmósfera de Nueva York, su banda sonora. El solo de batería que discurre a lo largo de toda la película -el autor es Antonio Sánchez- la impulsa hacia adelante y lo mantiene a uno tan en vilo como la historia misma y la interpretación de los actores. Y luego hay fragmentos de obras clásicas tan bien escogidos que forman parte del tejido mismo de la narración: Mahler, Tchaikovsky, Rachmaninov, tan empapados en ella como ese rumor de fondo permanente de la ciudad, las sirenas y las voces que suben desde la calle y entran por las ventanas abiertas en las noches de verano.