Lo que son las cosas

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Las cosas son como son, claro que sí. Y lo que la ciencia ha hecho, desde tiempos de Galileo, ha sido encontrar herramientas para mirarlas y para comprenderlas despejando las rutinas de la tradición, las supersticiones, los dogmas religiosos. Y en ese empeño han estado juntas muchas veces el arte, la literatura, la experimentación. Porque contaba con un buen telescopio Galileo vio que la luna no era una esfera perfecta, como llevaban enseñando siglos los teólogos inspirados por Aristóteles, sino una superficie fracturada, con montañas y valles, con torrenteras, tan sometida a los accidentes materiales como la misma Tierra: pero es que además Galileo era un escritor de mucho talento, y puso toda su capacidad poética al servicio de su narración de lo que había visto, y como tenía una mirada educada en los claroscuros de la pintura de su tiempo percibió mejor las sombras de la Luna. Su padre fue un gran innovador musical, y convivió en el palacio del cardenal del Monte, en Roma, nada menos que con Caravaggio. Las cosas son como son: es la Tierra la que gira en torno al Sol y no al revés. Robert Hooke miró por primera vez por un microscopio y vio que una gota de agua está llena de criaturas innumerables, y puso debajo de la lente un piojo e hizo un dibujo extraordinario de algo que nadie había visto hasta entonces, y que por cierto puede verse ahora en la exposición de arte británico que hay en la fundación March. Y qué prosa extraordinaria escribía Robert Hooke para describir esos prodigios que no eran fantasías de la imaginación, sino seres vivos a los que se podía observar y medir. Un escritor no es un científico, pero ha habido científicos que han sido y que son magníficos escritores, y en ambos casos nada puede encontrarse, ni crearse, sin una atención absorta a lo que uno tiene delante de los ojos, y a lo que hay casi siempre detrás de las apariencias. Parece que es el Sol el que da vueltas a la Tierra. Parece que la Tierra no es una esfera. Parece que las especies son inmutables. A casi todo el mundo le parecía natural hasta muy avanzado el siglo XIX que hubiera esclavos. Parecía natural que hubiera pobres y ricos, y que los hombres dominaran sobre las mujeres. Con un espíritu de indagación idéntico en su origen muchas personas se atrevieron a pensar que las cosas podían no ser así. Y no hablo de opiniones personales: la Tierra gira alrededor del Sol independientemente de que yo prefiera pensar lo contrario; y con respecto al universo, la astronomía es bastante más de fiar que la astrología, aunque eso pueda herir la sensibilidad de personas bondadosas que consultan todos los días el horóscopo; no hay ninguna razón intelectual ni fisiológica para que las mujeres estén por debajo de los hombres, aunque la Biblia asegure que la mujer fue hecha con una costilla de Adán; y por muy respetables que sean las creencias religiosas, lamentándolo mucho, resulta que las especies no fueron creadas inmutablemente en el jardín del Edén o en alguna otra factoría divina. Durante milenios los seres humanos se han matado en nombre de diferencias raciales, pero da la casualidad de que todos nosotros, todos los habitantes de la Tierra, compartimos creo que más del 99,9 % de nuestro patrimonio genético. No son dogmas: son hechos. Algunos están continuamente sometidos a revisión y a experimentación, y otros no: es improbable que en el futuro próximo se vaya a revisar la explicación de la gripe o el origen africano de la especie humana, o se descubra de pronto que el ADN no tiene que ver con la transmisión de la herencia genética. Gracias a ese tipo de conocimientos funcionan todas las maravillas tecnológicas que nos permiten tener la vida que tenemos. Puede haber grandes discusiones entre teólogos sobre la predestinación, el castigo de los pecados, la utilidad de la oración, y todas pueden estar muy bien argumentadas: pero parar curar una herida es más efectivo un desinfectante que un padrenuestro. Nuestros juicios son falibles, pero lo son menos cuando los sometemos a la observación atenta y a la comprobación, y cuando nos mantenemos abiertos a nuevas informaciones que puedan llegarnos. No estamos necesariamente condenados, aunque en esta casa lo parezca a veces, a dar vueltas sin fruto ninguno en una cámara de ecos de opiniones solipsistas. En vez de apresurarnos a hacer saber al mundo lo que opinamos nos viene bien recabar cuantos datos nos sea posible, y escuchar a quienes saben más que nosotros de ciertos asuntos. Más empirismo nos hace falta, y menos doctrina. Y para eso nos viene bien darnos cuenta de que la división entre las humanidades y las ciencias es artificiosa y dañina. Cada saber tiene su ámbito, pero todos están conectados, a todos nos aprovecha el conocimiento de otros. Uno de los mejores tratados científicos de la Antigüedad es también uno de los más grandes poemas, el Rerum Natura de Lucrecio. En las Georgicas Virgilio hizo maravillosa poesía y al mismo tiempo enseñó a cultivar la tierra y criar animales. Darwin explicó la teoría de la evolución en una prosa de tan alta calidad que merece estar en la historia de la literatura además de en la de la ciencia. Proust, hijo y hermano de médicos, construyó algunas de sus metáforas más originales a partir de hechos científicos. E.O. Wilson escribe sobre las hormigas como Balzac sobre las sociedades humanas. Lynn Margulis, que murió el año pasado, hizo descubrimientos fundamentales en la biología y escribió sobre el origen y los mecanismos de la vida celular con una precisión que tenía algo de pura intensidad poética, y que además nos ayudaba a comprender a los que carecemos de formación científica. Una parte grande de las desgracias y los absurdos y los disparates que padecemos ahora en nuestro país viene, estoy convencido, de la falta de atención a los hechos, de los empeños individuales y colectivos en no ver lo que sucede. No se quiso ver que la burbuja inmobiliaria iba a estallar. No se quiso ver la crisis cuando ya había empezado. Unos no quieren ver las cosas que tenemos en común, y otros no quieren ver las diferencias legítimas. Unos ven la corrupción, pero sólo cuando la cometen los del partido contrario. Etc.

Pero ya me embalo. Sí, hay cosas que son como son, y el idioma está para contarlas: bancos que se mantiene a flote con el dinero de todos echan a la calle al deudor que no puede pagar la hipoteca y que seguirá arrastrando su deuda hasta que se muera. Altísimos ejecutivos de empresas que despiden a trabajadores ganan trescientas o cuatrocientas veces el sueldo de cualquiera de esos trabajadores a los que hay no hay más remedio que despedir para que se salve la empresa. Ladrones que han robado cientos de millones pagan una módica fianza y salen de la cárcel al cabo de unas semanas, y si hace falta los indulta el gobierno de su partido cuando gana las elecciones. Otra cosa es la interpretación que cada uno dé a esas evidencias, y los remedios que proponga.

Y no sigo, porque al paso que voy escribo un libro entero. Aunque ahora que lo pienso, ya lo he escrito…