No se puede mirar

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A diferencia de la ficción, la realidad carece de escrúpulos narrativos. Se permite digresiones caprichosas e inútiles, coincidencias que no serían aceptables en la peor trama policiaca, callejones sin salida, espantos no mitigados por ninguna preocupación de verosimilitud, simetrías descaradamente demagógicas, simbolismos primarios. ¿Que la realidad supera a la ficción? Claro que sí, siempre. Sintonizar hoy, por costumbre, el canal donde estaba CNN+ y encontrarse el anuncio de la próxima emisión ininterrumpida de Gran Hermano es un efecto que no se permitiría ni un novelista social de tercera fila: casi tan barato como dibujar a un ricachón con barriga, sombrero de copa y puro. ¿A nadie se le ocurre una manera más sutil de indicar hacia dónde apuntan los tiempos?

Y quién habría inventado la historia espantosa de esa niña de quince años secuestra y prostituida durante varios meses en una chabola, en un pueblo donde todo el mundo se conoce, donde ningún secreto puede ser mantenido mucho tiempo. Cómo eran, son,  por dentro esos hombres normales que pagaban para abusar de ella y luego volvían a casa, al calor de la familia y los hijos, los que corrían la voz de lo que estaba sucediendo y alentaban a otros, los que hacían comentarios sucios en los bares, esa grosera carcajada sexual masculina. Quién puede imaginar los detalles inmundos. Quizás nos gusta la ficción porque nos protege de esas zonas de lo real demasiado infames para ser miradas, de lo que no queremos que nos cuenten, lo que preferimos no saber. En las tragedias griegas las muertes nunca sucedían en escena: eran relatadas por un mensajero. En El Corazón de las Tinieblas a lo que más se llega es a la exclamación de Kurtz al recordar lo que ha visto: El horror, el horror. Goya lo escribe con su propia letra en una escena de los Desastres de la Guerra: No se puede mirar.