Cocina y resistencia

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Recuerdo la primera vez que comí en algo parecido a un restaurante. Estaba con mi padre, en el bar de la estación de autobuses de Jaén, sentado en un taburete delante de la barra, y delante de mí había un filete de ternera con patatas, un cuchillo a un lado del plato, al otro un tenedor. Sería uno de aquellos filetes de ternera con una textura de suela de zapato o de carne de cabra que aparecían muy de tarde en tarde en las comidas de nuestra tierra, donde eran mucho más frecuentes y sabrosos el cerdo y el pollo, que alegraba el arroz amarillo de azafrán de los domingos. Yo no había usado nunca un cuchillo y un tenedor. Casi siempre comíamos con cuchara, y el tenedor era para sujetar las tajadas que no tenían hueso para cogerlas con la mano. Miré a mi padre, sin tocar los cubiertos ni el plato, a ver si fijándome aprendía el manejo, pero él parecía tan desorientado como yo, así que yo creo que acabaríamos comiéndonos el filete a nuestra manera campesina, poniéndolo sobre un trozo de pan y cortándolo no con el cuchillo, que no podría traspasar aquella carne tan dura, sino con la navaja que los hombres del campo llevaban siempre consigo, plegada en un bolsillo, y disponible lo mismo para el trabajo que para la alimentación.

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Antonio Muñoz Molina
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