El talento es la gran riqueza nacional. El talento sale de sí mismo para irradiar sus dones, para despertar contagiosamente las inteligencias, para alumbrar las vidas. El talento puede ser solitario pero se vuelca generoso como un caudal que no se acaba nunca, porque traspasa las épocas y las generaciones, de modo que un muerto de hace varios siglos puede deslumbrar tan cegadoramente que convierte en pálidos espectros a muchos de los vivos. El talento puede ser una voz que durante mucho tiempo clama en el desierto, y aun así prevalece sobre la indiferencia y la hostilidad, que en países como el nuestro pueden ejercerse con una contumacia geológica. Quien vive fuera comprueba que uno de los pocos nombres españoles de verdad universales es el de Santiago Ramón y Cajal, que fue un robinsón de la ciencia incluso después de que le dieran el premio Nobel en 1906, y que ideó, con un apasionado patriotismo cívico, el primer gran proyecto de modernización de la cultura española, la Junta para la Ampliación de Estudios, gracias a la cual muchos otros talentos en diversos saberes pudieron ensanchar sus horizontes europeos.
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