Los ricos no son como nosotros. Parece que estas palabras nunca se las dijo Scott Fitzgerald a su desleal amigo Ernest Hemingway, y que por lo tanto éste no le dio la respuesta terminante de la que después se envanecía: “Desde luego. Tienen más dinero”. Cuando se conocieron en París, en los primeros años 20, Scott Fitzgerald estaba en la cumbre de una celebridad más mundana que literaria, y Hemingway era un aprendiz que supo aprovecharse de su apoyo generoso. Cuando se cambiaron las tornas, y Fitzgerald sucumbió a la desgracia y fue hundiéndose poco a poco en el descrédito y la ruina, el antiguo discípulo, ahora triunfante, lo trató con arrogancia y desdén, y lo ridiculizó por escrito. Es en una novela corta de 1936, Las nieves del Kilimanjaro, donde Hemingway pone en boca de “el pobre Scott Fitzgerald” esa afirmación sobre los ricos, acusándole de un “deslumbramiento romántico” hacia ellos. Fitzgerald se sintió humillado al leer el relato, y le mandó a Hemingway una carta digna y dolorida. “Ernest escribe con la autoridad del éxito”, dijo después; “yo escribo con la autoridad del fracaso”. De cualquier modo, los dos conocieron de cerca a los ricos, y ellos mismos llegaron hasta cierto punto a serlo, o a vivir como tales: de una manera atropellada y provisional, en el caso de Scott Fitzgerald; o casándose con una heredera muy rica, como hizo Hemingway, y disfrutando además de un prestigio y un éxito comercial sostenido que Scott Fitzgerald nunca tuvo en vida.
Los ricos no son como nosotros
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