Hay una particular intensidad de símbolos en estos días cercanos al final del año; una gravitación de leyendas antiguas sobre nuestra conciencia laica. Lo que no es más que una división ilusoria de fechas en el calendario cobra una presencia inmediata de umbral y paso fronterizo. Por debajo de todo late la evidencia astronómica del solsticio de invierno, la noche más larga y más oscura del año, que a partir de ahora irá retrocediendo muy gradualmente según avance la duración solar de los días. Las leyendas originarias tienen sobre nosotros un influjo tan poderoso, y tan inadvertido, como las leyes de la naturaleza, que por frivolidad o soberbia tecnológica no nos cuesta nada ignorar. Lo queramos o no, igual que no podemos ignorar la alternancia cotidiana entre el día y la noche, que rigen nuestros ritmos vitales, tampoco podemos librarnos del influjo de las historias que vienen transmitiéndose desde hace milenios, y a las que respondemos de una manera tan instintiva como a la música.
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