Anna Heringer tiene la mirada luminosa de los entusiastas y la expresión serena de los utopistas prácticos: visionarios capaces de concebir cambios radicales que mejoren el mundo y las vidas de la mayoría y al mismo tiempo de mantener los pies en la tierra, concentrándose en aquello que es posible hacer en cada momento, una aleación extraordinaria de imaginación y de sentido común. De la arquitecta Anna Heringer puede decirse que tiene no solo los pies, sino también las manos, en la tierra, el barro y la arcilla, que son los materiales originarios de la construcción, de la alfarería y además, según el Génesis, de la creación del primer ser humano. En tiempos en los que diseñadores y arquitectos han abandonado el dibujo manual sustituyéndolo por la fantasmagoría de los programas de ordenador, Anna Heringer elabora sus proyectos modelando el barro con sus manos, en un proceso que ella misma denomina, no sin humorismo, “claystorming”. Con su mirada entusiasta, su expresión serena, su voz clara y precisa, Anna Heringer cuenta sus ideas sobre la arquitectura, la belleza, la sostenibilidad, la vida en común, con una elocuencia que a mí me hace acordarme de Simone Weil, pero, a diferencia de ella, no se pierde en ningún momento en el misticismo, aunque manifieste con la misma calma su radicalidad. En una conferencia suya que he encontrado en YouTube, Heringer pone su mejor sonrisa para disentir de un siglo entero de presunto racionalismo en la arquitectura. “¿La forma sigue a la función?”, pregunta, y se queda callada, y un momento después dice: “La forma sigue al amor”. Y aclara: “La belleza es la expresión formal del amor”.
Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.