Si los seres humanos desaparecieran, el mundo natural recuperaría en poco tiempo toda su variedad originaria. Si desaparecieran los insectos, el equilibrio entero de la vida sobre la tierra se hundiría rápidamente en el caos. La comparación es del mayor experto en hormigas que existe, el biólogo E. O. Wilson, y viene citada en un libro a la vez deslumbrante y aterrador que ahora leo ávidamente, Silent Earth, de Dave Goulson. Goulson es un científico que lleva toda la vida dedicado a investigar los insectos, desde que era niño y se tiraba en la tierra del jardín de sus padres para observar a los grillos, los gusanos, los saltamontes, los escarabajos. Hay escritores, sobre todo en el mundo anglosajón, que saben explicar con claridad apasionante los descubrimientos de otros. Dave Goulson es un profesor universitario en activo que dirige equipos de investigadores y publica artículos en las revistas especializadas. Pero también, como el propio E. O. Wilson, o como Rachel Carson, a quien cita con admiración muchas veces, es un narrador extraordinario, dueño de una prosa limpia y de una instintiva facultad de contar, además de un polemista valeroso, volcado en la denuncia vehemente de los daños terribles que la codicia humana está causando a nuestro planeta.
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