Música de arengas

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Las letras de los discursos políticos en España son cada vez más discordantes y hostiles entre sí, pero las músicas se parecen más cada día. Hay que fijarse bien en la música y el tono de las cosas que se dicen, porque suelen revelar de manera inconsciente las verdades que ocultan las palabras. A lo que se llama el contenido se le da más importancia que a su continente, y los profesores y los ideólogos tienden a poner el fondo por delante de la forma, pero esas distinciones, aparte de muy toscas, descuidan la observación de lo que se tiene delante de los ojos, de lo que los oídos están de verdad escuchando. Una de las expresiones más desdichadas del lenguaje lerdo de ahora es la de “proveedor de contenidos” para aludir al que inventa o crea algo, al que cuenta historias o hace películas o compone o interpreta músicas. Es como si los llamados contenidos fueran una sustancia amorfa, un líquido más o menos espeso que se vierte en las vasijas adecuadas, concretamente en las tragaderas sin fondo de las plataformas audiovisuales, especializadas en escatimar hasta la miseria y el expolio el pago a los indefensos “proveedores”, de los que sin embargo procede todo el material creativo al que esas compañías sacan tanto provecho. No hay contenido previo que se adapte al molde de una forma. 

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