Lo que aquí se puede hacer

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Algunas de las personas que mejor escriben no se consideran a sí mismos escritores. Esa puede ser una gran ventaja: permite decir aquello que uno tiene que decir de la manera más directa y sin la preocupación de convertirlo en literatura. Uno de los mejores libros de memorias sobre el siglo XX español, Travesías, de Jaime Salinas, está escrito por un hombre que no se consideró nunca escritor, aunque era hijo de uno y pasó toda su vida rodeado de ellos. En Travesías, publicado en 2003, la España de los primeros años treinta, de la llegada de la guerra y del exilio en Estados Unidos está contada a través de los ojos de un niño y luego adolescente que desde muy pronto se vio a sí mismo en una posición incómoda de privilegio y de extranjería. Jaime Salinas creció en el cogollo de la cultura ilustrada española, en una casa burguesa del barrio de Salamanca en Madrid a la que acudían de visita todas las grandes celebridades literarias del país, y unas cuantas que venían del extranjero y participan del núcleo de cosmopolitismo de la Residencia de Estudiantes, el Centro de Estudios Históricos, la Universidad de Verano de Santander. Pero por el lado de su familia materna Salinas tenía también una profunda conexión francesa, de modo que en su adolescencia americana ya era perfectamente trilingüe. Ese trilingüismo lo sentía él como un obstáculo: quien tiene desde niño tres idiomas no siente del todo como suyo ninguno: “Con respecto al hecho de escribir se me plantea un problema enorme que aún sigo arrastrando, y es que no sé cuál es mi lengua”.

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