La nieve empieza siendo un milagro que embellece y simplifica el mundo y muy poco después se transforma en una pesadilla. La nieve cae, cuando no hay viento y los copos son pesados, pero también flota, gira en el aire, asciende, los copos haciéndose visibles y un momento después invisibles en una nerviosa vibración que nos recuerda esas partículas que también son ondas y que constituyen la sustancia inquietante de toda la materia. Es tan hipnótica la irrupción de la nieve, tan absoluto el silencio que impone en la ciudad, que hasta los más escépticos, los conocedores por experiencia de los estragos que anuncia, se dejan llevar por su embrujo, y cuando la descubren de golpe al mirar por una ventana dejan lo que tuvieran entre manos y se acercan a mirar, la cara contra el cristal helado, con una fascinación infantil.
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