Casi peor que negarse a ver lo que se tiene delante de los ojos es empeñarse en ver lo que no existe, y en actuar como si de verdad existiera, inventando pruebas que confirmen su realidad imaginada. En los años finales del siglo pasado, las omniscientes organizaciones de inteligencia estadounidenses se negaron a ver lo que para algunos de sus agentes era una evidencia aterradora: que Al Qaeda y Osama Bin Laden estaban planeando ataques terroristas de mucha envergadura en EE UU. La historia la contó mejor y más detalladamente que nadie Lawrence Wright en The Looming Tower, un ejemplo apasionante de investigación de gran calado y fuerza narrativa. Ni los jefes de la CIA o del FBI, y menos aún el presidente George W. Bush, hicieron el menor caso de los indicios cada vez más serios de un ataque inminente que se sucedieron en el verano de 2001. Pero después de haber incurrido en la obstinada negación de la realidad cayeron igual de calamitosamente en el delirio de ver lo que no existía, y de provocar en consecuencia una cadena de desastres mucho peores que la caída de las Torres Gemelas. Es asombroso que con los presupuestos y los medios humanos y tecnológicos sin límites de que disponen las organizaciones de espionaje estadounidenses pueda llegarse tan lejos en la ignorancia de la realidad y en la aceptación casi unánime de una sarta de mentiras.
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