El hocico fascista

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A las personas de vocación ilustrada nos alarma reconocer que las mayores tiranías y matanzas del siglo XX se legitimaron no con el lenguaje de la religión ni el del fanatismo integrista, sino con el de la ciencia. Lenin, Stalin, Mao y Abimael Guzmán estaban convencidos de que actuaban en nombre del “socialismo científico”, término acuñado por Marx al que todavía le dábamos vueltas en los seminarios de adoctrinamiento de mi primera juventud. Simone Weil, que tenía una formidable educación científica, decía que muchas personas abandonan la religión convencidas de la superioridad de la ciencia, y a continuación abrazan la ciencia como una fe religiosa, con una reverencia hacia dogmas que no entienden tan incondicional como la que antes les llevaba a creer en los milagros o en la Santísima Trinidad. Marx había leído El origen de las especies, y estaba seguro de haber descubierto las leyes fundamentales del desarrollo de la historia igual que Darwin había descubierto las de la selección natural.

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