Del 11-S al Covid-19: testimonios del tiempo

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El desasosiego de los días me hace echarme a la calle y pasar horas caminando. Voy a paso muy rápido, casi siempre en una dirección determinada, el lugar donde he quedado con alguien o donde tengo que hacer algo, y a donde tal vez, en otras circunstancias, iría en metro o en autobús. He ido en taxi a un encuentro con lectores ciegos porque me he distraído y se me hacía tarde, pero al terminar he vuelto a casa dando un paseo, aunque estaba muy lejos, más de siete kilómetros según el medidor de pasos de mi teléfono.

Estos ciegos con los que voy a encontrarme han formado un club fervoroso de lectura que se reúne una vez al mes en una sala de un restaurante, por las lejanías corporativas y en otro tiempo futuristas del norte de Madrid. Antes leían los libros en Braille y ahora los escuchan en grabaciones de muy alta calidad que les facilita la ONCE. El momento de los saludos es algo incierto porque a la precaución sanitaria de no tocar se contrapone la necesaria cercanía del tacto. Alrededor de una mesa como de banquete se van congregando los lectores al mismo tiempo que debajo de ella se acomodan perros guía de gran docilidad. La simultaneidad de tantas presencias tan extraordinariamente alertas al sonido y al valor de las palabras crea una especie de campo magnético de la literatura. “Nosotros vemos el mundo a través de las palabras”, me dicen.

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Antonio Muñoz Molina
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