Vacaciones

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Fue llegar con todo el cansancio del trabajo y el viaje y me sumergí en la perfección de la Semana Santa de Madrid. Soy devoto de ella. El tiempo suele ser amable, y la ciudad se queda tranquila, con poco tráfico, aunque con mucha gente, el Retiro como una romería, los buenos bares animados pero no inaccesibles. Como diría, por ejemplo, Vargas Llosa, unas bien merecidas vacaciones. Vargas Llosa es un hombre infatigable: no se pierde una corrida de toros, una procesión. Solo al llegar a casa me di cuenta plenamente de la fatiga que traía. Es como una inmersión en algo muy mullido, un sentir que  se va quedando uno dormido cuando tiene mucha falta de sueño. Se sabe que hay procesiones en puntos lejanos de la ciudad, pero están reservadas para quienes son creyentes o aficionados a ellas. No tengo nada en contra, aunque sí de que el Ministerio de Defensa haga ondear a media asta las banderas en los edificios militares el Viernes Santo. Es asombroso que el laicismo sea una causa perdida en España, la simple y legítima y respetuosa separación entre la Iglesia católica y el Estado. Bien es verdad que el antiguo ministro del Interior condecoró a varias Vírgenes estos últimos años, se ve que con gran beneficio para el orden público.

Me curo de la temporada de soledad con encuentros, conversaciones, abrazos, la dulce calidez de la vida. Con extremo cuidado, intentando recobrar destrezas que se me olvidaron hace mucho tiempo, alcé de su cuna y sostuve en los brazos al diminuto Jorge.

Ahora me siento plenamente de vuelta. Me acuerdo de una postal que me mandó mi hijo Arturo, cuando yo estaba en Virginia y el tenía 6 años, escrita a lápiz, con su letra infantil: No hagas más viajes largos.