Los regalos

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El regalo de Reyes es pasear por Lisboa esta mañana de sol y frío moderado de enero. Siempre que llego parece que me marché solo hace unos días; y siempre me toma por sorpresa, y me gusta y me emocina todavía más de lo que me esperaba. Estamos en un  hotel recogido y confortable, con un aire inglés pero sin esa cosa mustia de las moquetas inglesas. Es un barrio en el que hasta ahora no nos habíamos quedado nunca. Así vamos explorando poco a poco la ciudad, un vecindario cada vez, un punto cardinal. En la última planta del hotel hay una biblioteca con un ventanal frente al río, frente a un muelle donde atracó ayer un velero de tres palos y donde hay anclado también un carguero que tiene un nombre muy bello escrito en el casco: Seabird. Muy altas sobre el muelle las grúas tienen una elegancia matemática, una ligereza de zancudas(en inglés grúa y grulla se dicen con la misma palabra, crane). La vista por el ventanal, las paredes y el techo bajo de madera le dan a la biblioteca un aspecto de camarote, confirmado por un catalejo de cobre muy dorado y bruñido que apunta al horizonte. Como soy tan torpe con los aparatos he pegado el ojo a la lente pero no he visto nada. Ayer por la mañana, el horizonte, el río, el muelle, habían desaparecido en la niebla. Las señales del mundo exterior era solo acústicas: sirenas de barcos, gritos de gaviotas. Parecía que las gaviotas se extraviaban en la niebla y se llamaban entre sí.

Otro regalo de Reyes(o préstamo, pero da igual) me lo ha traído el azar, en quien siempre me gusta confiar como asesor de lecturas. En la biblioteca del hotel hay una colección de novelas de Eça de Queiroz en ediciones antiguas, atractivas y muy manejable, con letra grande, márgenes anchos, encuadernadas en tela azul. El regalo ha sido A cidade e as serras, que es justo una de mis novelas favoritas de Eça. No sé cuántos años hace que no la leía. En un sillón de la biblioteca, de cuero gastado, para mayor verosimilitud, junto al catalejo, me acomodo con A cidade e as serras en las manos, en la mañana larga de Reyes, y es como un amanecer en el que encontré el regalo de Miguel Strogoff  y no paré de leer en todo el día.