Los aniversarios y los centenarios son casi siempre ocasiones de pompas baldías -todas las pompas son fúnebres, decía Gómez de la Serna- o de afirmaciones de burricie colectiva. Hoy hace cien años que murió una de las personas más nobles, más dignas de admiración y ejemplo de la historia de España: don Francisco Giner de los Ríos. Antonio Machado le dedicó en su muerte un poema digno de él, digno de los dos, y de ese país ilustrado, civilizado y posible que los dos defendieron:
A DON FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS
Cuando se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?… Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad: enmudeced, campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
… Oh, sí, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas…
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.