Dicen los psicólogos cognitivos que algunas cosas son particularmente difíciles de concebir para la inteligencia humana: la diferencia entre posibilidad y probabilidad, por ejemplo, y dentro de la probabilidad sus diversos grados. Por culpa de esa deficiencia la gente compra con asiduidad billetes de lotería o atribuye un carácter de milagro o prodigio a concidencias sorprendentes, o siente más miedo en el despegue de un avión que al comienzo de un viaje en coche.
Yo creo que una de nuestras mayores dificultades cognitivas es la de aceptar el desequilibrio entre causas y efectos. Nos parece que un hecho colosal o catastrófico requiere una causa de escala semejante, y exigimos explicaciones complicadas, con mucha frecuencia de carácter conspirativo. Esa es la razón de que imaginemos que los malvados son muy inteligentes, por ejemplo, o que detrás de los grandes desastres hay planes de una complejidad extrema.
Luego estudia uno las vidas de los grandes verdugos o de los hipermillonarios o los asesinos, y resultan ser gente trivial y en ocasiones bastante tonta. Siempre he pensado que se infravalora la importancia de la simple tontería de personas clave en grandes crisis históricas. Algunas veces leo libros de teoría del caos, que pueden ser muy imaginativos, hasta muy poéticos, y me da la impresión de que igual que esa teoría sirve para describir los azares imprededibles de la meteorología puede ayudar también a explicar la Historia, y para desmentir cualquier tentación de profecía. No sé dónde he leído que se hizo un análisis cuantitativo de 3.000 predicciones hechas en la primera mitad del siglo XX por los mayores expertos en todas las ramas del conocimiento: el grado de acierto era inferior al que puede atribuirse a la pura casualidad.
Es pertinente decir que me he ido por las ramas, porque de lo que quería escribir era de un árbol que ardió en Florida al amanecer del lunes de la semana pasada. Un árbol tiene que ser muy imponente para ganarse un nombre. A mí me gusta mucho el olmo Pantalones , que está en el Botánico de Madrid. Al lado de este árbol de Florida, El Senador, Pantalones , con poco más de dos siglos, es un esqueje. El Senador era un ciprés calvo de los pantanos de Florida que medía casi cuarenta metros y tenía tres mil quinientos años. Otra dificultad cognitiva es la de la duración: el Senador ya era viejo cuando los griegos incendiaron Troya, ya había vivido dos mil quinientos años cuando se desmoronaba en medio de la guerra civil el Califato de Córdoba. Casi más asombroso es que pudiera resistir tanto tiempo en esa tierra de huracanes.
Cómo sería ver en la noche esa columna de fuego. El Senador, que estaba hueco, ardió en unas pocas horas. Lo más probable es que la causa fuera el descuido de un imbécil que tiró una colilla, o el capricho de un incendiario. No hay modo de aceptar tan poca causa para tanta consecuencia.
Postdata y petición.- Hablando de árboles. Por el año 97 o el 98 escribí en el País Semanal un artículo sobre el olivo que se titulaba, creo recordar, “El árbol de la abundancia”. ¿Habrá alguien por ahí que lo tenga, o que sepa buscarlo en la red? Gracias de antemano.