Gente que uno ve

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Salía del metro camino de la tienda de vinos en la esquina de Broadway y la 107 acordándome de la madre y las dos niñas que iban sentadas frente a mí. Algo no habitual: una madre negra, de clase trabajadora, acompañada por dos hijas, una a cada lado, una de unos doce años y la otra más o menos de siete, las dos con coletas y lazos en el pelo crespo, las dos con mochilas escolares a los pies, las dos sentadas con formalidad y leyendo, la mayor un libro juvenil, la pequeña uno de esos libros grandes de tapas duras, hojas anchas e ilustraciones en colores. La madre tenía un libro en el regazo pero se la veía tan cansada que miraba al vacío o entornaba los ojos y se dejaba mecer por el ritmo del tren, camino del descanso y de Harlem.

Y pensando en ellas empujo la puerta de Martin Brothers, la magnífica tienda de vinos en la que compro desde que vine a este barrio hace ya siete años -de vinos y de recónditos whiskies de malta que uno se administra casi con devoción homeopática- y me encuentro de frente, nariz con nariz, con mi amigo Felipe, un jienense de Villacarrillo que se hizo abogado y casi registrador en España y que por esas cosas de la vida ahora es comerciante de vinos españoles en Nueva York. Felipe, en esta noche de invierno, va equipado como un explorador polar: con su chaquetón, su gorro de lana, tirando de una especie de trineo que es una maleta con ruedas en la que lleva de un lado para otro sus muestras de vinos.

Está claro que el mundo no es tan grande como uno imaginaba temerosamente en su infancia de pueblo: que yo acabe encontrándome cada dos por tres en Nueva York con uno de Villacarrillo  es una refutación de esas ideas novelescas que uno adquiría mirando los mapamundis y leyendo las novelas de Julio Verne. En cinco minutos Felipe me cuenta su viaje reciente a España y  sus impresiones sobre la situación política, y me recomienda varios vinos. La situación política, desastrosa; los vinos, muy buenos y más baratos que los italianos: pero los italianos saben vender sus cosas y nosotros no. Y como es un militante de lo suyo Felipe abre la maleta con ruedas y saca una botella empezada que le ha sobrado de la cata que acaba de hacer en Martin Brother y me la regala. A cada minuto que pasa los dos tenemos más acento de Jaén, parado debajo del letrero del Duke Ellington Boulevard. Nos despedimos en la  esquina ártica en la que sopla el viento del Hudson, seguros de que cualquier día vamos a encontrarnos de nuevo. “A ver si te haces multimillonario con esto del vino y me lo cuentas, Felipe, y así puedo hacer una novela de ricos”.

Klaus Post
por Klaus Post