Una solicitud

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Hay escritores, libros, que nos dan exactamente la misma compañía que un amigo del corazón. Basta su cercanía, o ni siquiera eso, su recuerdo, basta la actitud y el timbre de la voz. Me sucede eso con Albert Camus, como con George Orwell o Proust, con Montaigne, con Emily Dickinson, a veces con Virginia Woolf. Compré los Carnets en París y desde entonces Camus no ha dejado de hacerme compañía, de ofrecerme fortaleza y consuelo, como el amigo que adivina el pensamiento y las debilidades de uno. En el hotel de París, en el vuelo de París a Barcelona, en la habitación del hotel de Barcelona en la que pasé una sola noche, en el tren de Barcelona a Madrid. Y ahora, en casa, en la tranquilidad de saber que no tengo por ahora ningún viaje por delante, ningún compromiso público.

Camus era tan propenso a la desolación como al entusiasmo. Pagó el precio enorme de su libertad de pensamiento. En 1953 anotó en uno de esos cuadernos en los que escribía para sí mismo: Pido una sola cosa, y la pido humildemente, aunque bien sé que es exorbitante: ser leído con atención.

Albert Camus retratado por Petr Vorel
Albert Camus retratado por Petr Vorel
Antonio Muñoz Molina
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