El lunes por la tarde no paró de llover silenciosamente sobre los bosques de arces, robles y coníferas que cubren las laderas cercanas al castillo de Elmau. No tenía nada que hacer. Me pasé la tarde en la habitación, leyendo La educación sentimental en un diván situado justo en frente del ventanal por el que se veía el bosque y por encima de él una montaña formidable que aparecía y desaparecía en la niebla. Horas leyendo en un silencio perfecto. Hay libros que conviene leer con un lápiz en la mano. Voy llegando al final cuando ya cae la tarde y tengo que encender una lámpara. El encuentro último de Frédéric con Mme. Arnoux es de los momentos mejores y más tristes de la literatura. Me acuerdo de que lo leía buscando el tono para la despedida de Biralbo y Lucrecia en El invierno en Lisboa. Así encontré el epígrafe que viene al principio de la novela: Il y a un moment, dans les séparations, où la personne aimée n’est déjá plus avec nous.
Hay un momento en las separaciones en el que la persona amada ya no está con nosotros. Se hizo de noche y en el centro de la oscuridad había una farola junto a un arce o un roble.
A la mañana siguiente ya no llovía. La tierra estaba empapada, ahíta, y la niebla flotaba en jirones inmóviles sobre las copas cónicas de los abetos y los pinos. Eché a andar por un camino en el bosque, al costado de un arroyo rápido y caudaloso. Me apartaba a veces del camino para internarme entre los árboles y en el suelo alfombrado de musgo no sonaban los pasos. Musgos y líquenes cubrían los troncos caídos.
Seguí subiendo y al cabo de casi una hora llegué a una granja, junto a la que había una especie de taberna rural. La parte de atrás de la taberna daba a un lago de agua verdosa y translúcida en el que peces muy quietos aleteaban apenas entre las algas. Las montañas ya con nieve, las grandes nubes viajeras, las laderas boscosas se reflejaban en el lago como en un espejo. Justo cuando iba a hacer una foto del lago se me acabó la batería de la cámara.