Microteatro

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El Microteatro por dinero está en la calle Loreto y Chicote, a espaldas de la Gran Vía, en ese barrio de calles estrechas de Madrid donde antes había sobre todo prostitución, tiendas de ultramarinos, pequeñas casas de comidas, entre ellas la insigne Casa Perico, en la calle de la Ballesta, donde compartimos algunas cenas inolvidables con Fernando Fernán-Gómez y Emma Cohen, en las que también solían estar Eduardo Haro y Concha Barral. Ahora hay menos prostitución y más sitios modernos, y mucha gente joven. En el Microteatro hay un bar con una barra que sirve cañas y raciones y cinco salas diminutas en las que se representan simultáneamente cinco piezas teatrales muy breves, con funciones repetidas a lo largo de la noche. Aquí hizo una excelente directora teatral, Sonia Sebastián, una adaptación de un relato de Elvira, La sorpresa del roscón. Hoy Sonia ha estrenado otra historia de Elvira, Papá se ha ido: en la sala, una habitación pequeña al final de unas escaleras, hay una mesa camilla, y a su alrededor diez sillas, en ocho de las cuales se sientan, nos sentamos, los espectadores: en las otras dos se sientan las actrices, una madre anciana y una hija, tan cerca de nosotros que a veces tenemos que hacernos a un lado para dejarlas que se muevan. Al teatro le sienta bien la concisión: solo dos personajes, conversando a lo largo de diez minutos, una madre y una hija observadas de cerca con un naturalismo muy preciso y a la vez envuelto en misterio y poesía. Muchos directores de teatro o de ópera basan su celebridad en interponerse gestinculando mucho entre la obra y el espectador, para que se sepa bien claro que son ellos los que dirigen. Sonia Sebastián tiene la originalidad de hacerse a un lado y procurar que se escuchen cada uno de los matices de la representación, como si nos hiciera escuchar cada instrumento de una orquesta. No hay decorado, ni una iluminación especial, ni escepnario, no hay nada, en apariencia: solo las dos actrices, Maribel Vital y Mara Ballestero, el talento de Elvira para que la literatura sea un entramado de voces humanas, la maestría de Sonia, el silencio hechizado de los espectadores, los siete u ocho que caben en cada función. Cuánta penumbra detrás de esas dos figuras; cuantas cosas no dichas detrás de las palabras, adivinadas, secretas, calladas por el sigilo y la vergüenza.