Hay algo en lo que la radio, la buena radio musical, es insuperable: el golpe de sorpresa que equivale a una revelación. Me he puesto una copa del tinto fresco de la cena al venirme a escribir en este cuaderno y en Radio Clásica el presentador anuncia una de esas músicas favoritas que por un motivo u otro, llevo tiempo sin escuchar: las sonatas para cello y piano de Beethoven, además en la versión que más me gusta, Rostropovich con Richter. La conversación, el desafío, el juego, la exploración de lo inmediato desconocido, como cuando se escribe en un estado de arrebato, la complicidad experta de dos músicos que se conocen desde siempre y conocen cada nota de la música que están tocando y a la vez parece que la descubren mientras la tocan. Melancolía, intensidad, exaltación, ligereza. Uno de los dos instrumentos lleva la voz cantante y un momento después se retira al segundo plano del acompañamiento. El cello tiene algo de la nobleza sólida y a la vez delicada del vino que estoy tomando, un Viña Real de 2007, para ser exactos. Hace tan solo media hora yo no contaba con este regalo. Incluso se ha levantado un poco de fresco. El rumor de las hojas de la higuera y el membrillo es el fondo perfecto de la música.
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