Un acto de justicia

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De vez en cuando hay algo de justicia en el mundo. Llega tarde, es limitada, es parcial, no devuelve la vida a los muertos ni cura las heridas físicas y morales de los que sufrieron, no disculpa la ceguera, el fanatismo político, la indiferencia, las complicidades sin las cuales no se habrían cometido tantos crímenes. Pero ahí está ese sombrío general Ratko Mladic, todavía fuerte a pesar de los años, la cara torva bajo la visera de la gorra, esposado, destinado a un juicio en el Tribunal de la Haya, después de esconderse a la vista de casi todo el mundo durante tantos años. Ya sé que el gobierno de su país no lo entrega por un arrebato súbito de amor a la justicia, sino para aproximarse a las ventajas de la Unión Europea. También sabemos que el castigo que sufra será infinitamente menos cruel que el dolor de cualquiera de sus víctimas. El 12 de julio de 1995, cuando las tropas mandadas por este hombre tomaron la ciudad de Srebrenica, en la televisión serbia se le vio acariciar las cabezas de un grupo de niños bosnios a los que sus soldados repartían chocolatinas. “A nadie se le hará daño”, dijo el general Mladic, “todos sereis evacuados”. A continuación, y en presencia de los trescientos soldados de Naciones Unidas que tenían prohibido intervenir, hizo un brindis delante de las cámaras y dijo que había llegado la hora de vengar una matanza de serbios que el ejército turco había llevado a cabo ciento noventa años antes. “Entregamos esta ciudad al pueblo serbio como un regalo. Ha llegado la hora de la venganza”. Ocho mil hombres, entre ellos 500 chicos de menos de 18 años, fueron asesinados a continuación. A las mujeres y a las niñas preferían violarlas. Qué habrá en la conciencia de ese hombre, para ser exactos en ese cortex prefrontal que cae justo en la zona de sombra de la visera de la gorra, donde parece que residen las aptitudes morales.

 

El edificio del parlamento bosnio en llamas, tras recibir el ataque de un tanque serbobosnio, en 1992.  Fotografía de Mikhail Evstafiev.
El edificio del parlamento bosnio en llamas, tras recibir el ataque de un tanque serbobosnio, en 1992. Fotografía de Mikhail Evstafiev.