Hoy tenía mucho que trabajar y me costó un esfuerzo de voluntad muy grande quedarme en casa delante del ordenador y mirando a ratos por la ventana en vez de pasar el primer domingo glorioso de mayo holgazaneando por la calle. Fui al Farmer’s Market, eso sí, con mi capazo de lona, y compré leche, yogur, huevos frescos, manzanas, espárragos recién cogidos, con un olor fragante de savia. A mediodía paré de trabajar y me distraje cocinando un arroz con espárragos y atún, mientras entraba el sol en la cocina y sonaba en la radio pública el programa de Jonathan Schwartz, cuatro horas de canciones memorables los sábados y los domingos. Estaba haciendo el sofrito cuando empezó a sonar la voz de Paul Simon, Diamonds On the Soles of Her Shoes. Volví al ordenador y a mirar por la ventana, donde ya brotan las hojas nuevas de un olmo y de un ginkgo, y entonces leí un breve relato de Kafka que acababa de mandarme Jose, un lector de Bilbao:
“Aquel que vive solo y que, sin embargo, desea de vez en cuando vincularse a algo; aquel que, considerando los cambios del día, del tiempo del estado de sus negocios y demás, anhela de pronto ver un brazo al cual podría aferrarse, no está en condiciones de vivir mucho tiempo sin una ventana que dé a la calle. Y le place no desear nada y sólo acercarse a la ventana como un hombre cansado, cuya mirada oscila entre el público y el cielo, y no quiere mirar hacia afuera, y ha echado la cabeza un poco hacia atrás; sin embargo, a pesar de todo esto, los caballos de abajo terminarán por arrastrarlo en su caravana de coches y su tumulto y así finalmente en la armonía humana”.