Donde menos se espera-2

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Tiene razón Elvira: escucho una música y me voy detrás, como Pinocho, como los tontos antiguos detrás de las bandas de los pueblos. He bajado a pasear a Lolita después de comer a los jardines de Riverside Drive y antes de cruzar la calzada ya oigo una música simple, insistente, muy rítmica, traída por el viento del río. Al sol de las tres de la tarde, junto a la tapia del parque, un grupo de personas en fila india baila una rara danza lenta al son de una flauta, un tambor con forma de bongó pero más corto, pintado de rojo, dos panderos con mango. Los músicos tocan y bailan. Los que no tocan llevan en cada mano un palo corto de bambú, que mueven en una especie de esgrima concertada. Abren la marcha dos hombres jóvenes con banderas verticales, con los mástiles de bambú, de tela roja con grandes caracteres blancos pintados. Lo dirige todo con movimiento de la mano derecha y de la cabeza una abuela diminuta en ropa deportiva. Todos son japoneses, salvo la última danzante de la fila, mucho más alta y visiblemente anglosajona. No hay una edad que se repita: muy jóvenes, jóvenes, maduros, viejos. Diez o doce en total. Alzan una pierna, hacen una inclinación, alzan la otra. La flauta de bambú toca una melodía sencilla punteada por el tambor y los panderos, y el efecto es de una monotonía hipnótica, muy refinada, con pequeñas variaciones. Los movimientos no parecen requerir demasiada flexibilidad o destreza. Pero son más delicados cuanto más se fija uno.

En Nueva York la gente está muy entrenada para hacer como que no se fija, para no mostrar sorpresa por ninguna rareza. Pero vaya si se fijan. Aunque pasen de largo, trotando con sus iPods atados al brazo, o empujando sus carritos de niño mientras hablan por un móvil. Yo no disimulo: yo me voy detrás de los músicos, o más bien me adapto a su ritmo muy lento, un paso y luego otro, una inclinación, las manos agitando los palos de bambú, la flauta repitiendo la misma melodía. Entonces la señora diminuta da una palmada y dice algo y al siguiente paso los danzarines dan la vuelta y avanzan en dirección contraria, las banderas verticales ahora cerrando la marcha, muy agitadas por el viento, moviéndose con la misma cadencia. Danzan en fila sin moverse delante del semáforo y cuando se pone en verde cruzan bailando muy lentamente la calzada.