De puro aburrimiento

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Cómo me gusta que las cosas me gusten, podría decir uno, con Pedro Salinas. Pero cómo me aburren las cosas que me aburren, con qué intensidad, de qué manera más completa, más abrumadora, más sin resquicio para respirar fuera del tedio. En lo que va de día me han pedido en tres ocasiones que opine sobre la prohibición de las corridas de toros en Cataluña. En los tres casos me preguntaban con la mejor voluntad periodistas extranjeros. No hay remedio: somos el país de los toros. Somos el país de los toros y el de las fosas de la Guerra Civil, y por mucha voluntad que uno ponga en explicarse acaba derrotado por el aburrimiento. Un español con algo de conciencia de ciudadanía que se pase parte de la vida fuera de su país estará condenado a dar explicaciones una y otra vez, a empeñarse más bien vanamente en disipar estereotipos. Pero a nadie le gusta que le desmientan sus simplezas. Menos aún cuando andan por ahí tantos españoles y aspirantes a ex españoles que se dedican a fortalecerlas.

Un español tiene que explicar: a)que el País Vasco no es una tierra áspera y remota habitada por guerrilleros heroicos, aunque en ocasiones algo brutos, que luchan como los kurdos y los palestinos y los irlandeses por la supervivencia de su patria, sino una de las regiones más desarrollada de Europa, con gobierno propio, policía propia, televisión, sistema escolar, sanitario, etc; b)que entre 1975 y el comienzo venturoso del reinado de Zapatero no se mantuvo en España un silencio atemorizado y absoluto sobre la guerra civil y la dictadura, sino que se han hecho cientos, millares de novelas, películas, libros de historia, que se reconocieron los grados y las pensiones de los militares republicanos supervivientes, etc; c)que la fiesta de los toros, en España, es un residuo más bien bochornoso que no interesa a casi nadie, y que si no fuera por las subvenciones habría desaparecido hace tiempo; que en Cataluña, como en cualquier parte, hay mucha gente a la que honradamente le produce rechazo ese espectáculo sanguinario y arcaico, pero que si el parlamento catalán ha llegado a prohibirlo es por razones que no tienen nada que ver con el amor a los animales, las mismas que llevaron al parlamento canario a una prohibición semejante, mientras mantenía las peleas de gallos, al parecer un modelo de elegancia y trato humanitario, dado que son parte de la cultura canaria; d)que tan ridículo como prohibir los toros porque simbolizan una identidad española que produce rechazo es reivindicarlos como un rasgo cultural español;e) y que es una pesadez estar siempre debatiendo fantasmagorías, estereotipos, vaguedades identitarias que no van a ninguna parte, en un país con una situación catastrófica, con la quinta parte de su población activa en paro, con la tercera parte de sus estudiantes abandonando el sistema escolar antes de los dieciocho años.

Y a continuación de todo esto el periodista extrajero que ha escuchado educadamete la diatriba toma aliento y hace la observación definitiva que traía preparada, sin saber que es la misma que han hecho al menos otra docena de periodistas que se han sentado en la misma esquina del sofá y han puesto la grabadora en marcha sobre la mesita del teléfono:

-Al fin, en España, después de tantos años de silencio, se puede hablar abiertamente sobre la Guerra Civil…

Antonio Muñoz Molina
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