Todo nuestro arte

Publicado el

Si quitamos la confesión del dolor, el instinto de encontrar alguien que escuche nuestra pena, el consuelo de saberse comprendido por el que sufre o sufrió, el otro instinto no menos poderoso de dar forma en palabras a nuestro sufrimiento y a nuestra alegría, ¿qué queda de la literatura? Y si no sirviera para tratar esos asuntos de vida y muerte, en el sentido literal de la palabra, ¿qué valor tendría? Lo más valioso del arte, y en el término incluso toda experiencia estética, no es la sensación de comprender una obra, sino la de ser comprendidos por ella. Otra cosa, claro, es la calidad, que depende sobre todo de si hay o no impostura, porque hay momentos en que al arte no le permitimos ni un gramo de impostura, de afectación, ni una nota falsa. A aquello que nos pide mucho tenemos el derecho a exigirle mucho. Yo me he sentido comprendido y consolado por el Requiem de Fauré o por la Piedad del Vaticano, o por la chacona de Bach, o el I’m your Man de L. Cohen, y la nana de Falla, por poner unos ejemplos rápidos. Me acuerdo una vez, en los años ochenta, a principios, que asistí en Granada a una conferencia de Terenci Moix. Empezó a hablar y a mitad de la charla se le rompió la voz y dijo que no podía seguir porque había sido abandonado por su gran amor. Me pareció admirable. Años después tuve la suerte de poder decírselo en persona. En España hay una pudibundez hacia la manifestación franca de los sentimientos que es pura hipocresía. Una parte de la grandeza de la poesía de Lorca está en la temeridad de su descaro  para mostrar la pena y mostrar la alegría, que son los dos polos de todo arte que se precie: tan importante como la siguiriya es la bulería. Valle-Inclán lo dijo de manera contundente: “Todo nuestro arte nace de saber que un día pasaremos”. A mí lo que me gusta de los boleros y del melodrama es ese descaro que tantas veces parece impropio en las artes llamadas serias. Romperse la camisa, que dicen los flamencos. Perder los papeles. Escribir o leer una poesía “de abrirse las venas”, como dice Lorca en una carta.