Payasos terroríficos

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Hacen falta con urgencia nuevas estéticas y nuevas poéticas para responder al nuevo mundo en el que ya estamos viviendo y para representarlo. Una obra de arte verdadera representa y desmiente, atestigua y pone en duda. Hablo de arte en el sentido más amplio de la palabra: una película, una novela, una instalación, una pintura, un poema, una fotografía. Durante más de un siglo el adjetivo “nuevo” ha tenido un valor universalmente positivo, a pesar de que muchas de las novedades que venían con él fueron atroces. Reinaba por encima de todo la convicción del progreso. Lo nuevo de algún modo iba a ser mejor. El arte nuevo por definición iba a superar al arte anticuado, a lo que era obsoleto por el hecho mismo de pertenecer al pasado. En una época dedicada a la celebración comercial de lo joven y lo juvenil y la juventud se nos olvida de manera conveniente que la exaltación de la juventud a toda costa fue un invento de los totalitarismos, el fascista y el comunista, los dos empeñados en hacer tabla rasa de cualquier rasgo de la vida social o de la condición humana que limitara su doble aspiración al dominio absoluto. Lo anunciado como nuevo fue muchas veces lo más visceral y oscuro del pasado. Y en la literatura y en las artes la ortodoxia de lo nuevo a lo que conduce no es a una creatividad incesantemente desatada, sino a la monotonía de las unanimidades sucesivas de la moda.

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Seguir leyendo en EL PAÍS (04/02/2017)