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Con mis amigos del PostClassical Ensemble, de nuevo. Me gusta estar con los músicos: verlos de cerca, oirlos hablar de sus cosas, andar por los interiores casi siempre algo cochambrosos de los teatros. Hoy mi querido Ángel Gil-Ordóñez dirigía un programa centrado en El amor brujo, no la versión orquestal del ballet, sino la primera, la de 1915, que requiere una formación más breve, y que es más seca, más moderna, más angulosa, con quiebros que parecen cubistas, con una sugestión de modernidad que asombra más si se tiene en cuenta que cuando Pastora Imperio estrenó esta maravilla en el teatro Lara de Madrid Stravinsky no había compuesto aún ni la Historia del soldado ni Petrouchka. 

Hoy, además, había una cantaora deslumbrante, arrebatadora, a la que yo no conocía, Rocío Bazán, y un guitarrista todavía más joven que se llama Dani de Morón. Es admirable que siga habiendo gente joven que decide entregar sus vidas a músicas tan difíciles y de tan poco vuelo comercial como el jazz o el flamenco, que exigen tanto y que dan tanto, salvo celebridad o dinero. Rocío es una cataora por derecho, con una voz a la vez muy flamenca y muy dúctil para la melodía, poderosa y delicada, como el movimiento de sus manos y sus brazos. Canta una farruca, una guajira, el zorongo armonizado por Lorca, y luego las “tres morillas”. Canta la nana de las Siete canciones populares españolas. A pesar de la distancia de idioma el público se le entrega, con ese entusiasmo que tiene la afición flamenca de Nueva York, que es muy generosa, pero que no suele dejar que le den gato por liebre, en contra de lo que piensan algunos programadores aprovechados.

El concierto se hace a una de esas horas inverosímiles de aquí: las cuatro de la tarde. La ventaja es que después todavía queda tarde por delante. Tomo un café con Ángel, con Rocío, con Antoni Pizá, que dirige en la City University el Center for Iberian Music. A Rocío y a Ángel todavía les queda una función. A los dos se les ve nerviosos, un poco incrédulos, en el fondo llenos de alegría. Ese clamor prolongado del público ha debido de confortarles el alma.