Gente buena, cosas malas

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Para que la gente buena haga cosas malas, querido Diego Ariza, no es imprescindible la religión. Basta una creencia absoluta y arrogante de cualquier tipo, en cualquier cosa,  o ni siquiera eso: basta la aceptación de las normas comunes en determinadas circunstancias y épocas, esas normas que nadie discute porque  todo el mundo, o casi, la confunde con el orden natural. En la Unión Soviética, la Cheka y luego la NKVD no contaron solo con sádicos torturadores. Hubo muchos jóvenes idealistas, incluso bondadosos, tranquilamente convencidos de que la ley de la Historia implicaba ciertos sacrificios humanos. El gran Christopher Hitchens ha sido un crítico muy ácido de las religiones, pero fue del brazo del integrista religioso George W. Bush en la guerra de Irak. Cuando yo era niño, y hasta adolescente, las buenas personas estaban, estábamos, convencidas, de que los homosexuales no eran personas normales. La homofobia en algunos casos ha tenido justificaciones religiosas: en la Cuba de Castro la impulsó un régimen oficialmente ateo.

Desmond Tutu, Rosa Parks, Martin Luther King, eran buenas personas a las que su religión las fortaleció en la militancia por la justicia: otros encontraban simultáneamente la justificación del racismo en la misma Biblia. Thomas Jefferson fue un ilustrado ejemplar: pero fue George Washington, mucho más templado y con sentimientos religiosos, el que dejó en su testamento la libertad de sus esclavos.

Personalmente, no tengo creencias religiosas, y me aterran los fundamentalismos inspirados por ellas, pero no me asustan menos los que se legitiman en el bien absoluto o la justicia o la patria, o los que no hace tanto, hasta los años treinta del siglo pasado, se inspiraban en la ciencia(la eugenesia, por ejemplo). Y estoy con Manolo Madrid en su queja: me duelen los prejuicios de mucha gente religiosa, pero también los que se ejercen hacia las personas creyentes por el simple hecho de serlo.