Sol con uñas

Publicado el

Con el viento helado de ayer casi no se podía estar en la calle. Incluso caminando muy rápido y habiéndose abrigado mucho el frío encontraba ranuras por las que colarse con su filo de hielo. Sol reluciente y frío ártico en la primera mañana del regreso. Abrigo, guantes, gorro, bufanda, después del casi no invierno de Madrid. El frío pica y muerde las orejas. Las fachadas de cristal tienen un brillo de témpanos en el mediodía del domingo, camino del primer brunch con bloody maries y huevos benedict en Columbus Avenue. El patio de la escuela pública donde se celebra el mercadillo de los domingos se queda casi desierto muy pronto, en cuanto cae sobre él la sombra húmeda de los edificios. El sol parece que calienta algo la cara y las manos, pero basta un golpe de viento o un minuto de inmovilidad para que se noten en la piel las aristas del frío.

Entonces me acuerdo de esa expresión que decía la gente cuando yo era niño: un sol con uñas. Un sol arisco de invierno que engaña un poco y en seguida saca unas uñas de gato.

Mi abuela Leonor usaba mucho esos giros y tenía una imaginación muy fértil para las comparaciones fulminantes. Mi madre me contó el otro día en el Puerto una que yo no recordaba. Cuando las patatas fritas a pelotón o a lo pobre quedaban para el día siguiente y se secaban un poco mi abuela decía que eran como “orejillas de muerto”.

Sol con uñas en la Plaza de la Merced (Málaga)
Sol con uñas en la Plaza de la Merced (Málaga)