Lujo de sobras

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No hay silencio más prolongado y más hondo en esta colonia que el del primer día del año. Salgo pronto a la calle a pasear a Lolita y sólo se escuchan cantos de pájaros en los árboles, graznidos de urracas posadas en los muros de los pequeños jardines, que le dan al barrio un aire pueblerino y secreto, en este costado de Madrid. Algunos corredores aprovechan el sol y la tibieza de la mañana; ni siquiera me cruzo con alguien más que haya salido a pasear su perro. Al salir a la avenida irrumpe viniendo de una calle lateral un coche lanzado a toda velocidad en el que se aprietan unos cuantos juerguistas tardíos. Ha torcido al pasar cerca de mí y me ha sobresaltado su estela de viento y el chirrido cercano de los neumáticos.

El día se presenta anchuroso como un gran domingo, un lago de calma después de la agitación de la fiesta. Anoche teníamos en casa a una parte reducida aunque muy animada de la familia: hoy nos gusta habernos quedado solos. Elvira, que en una encarnación anterior debió de regentar una trattoria en una pequeña localidad costera de Italia, hizo para la cena una de sus pastas suntuosas, esta vez con marisco pelado y una salsa de calabacín, tomate, puerro, albahaca. Quedaron en la nevera unas pocas gambas cocidas y un cazo de caldo hecho con las cabezas y las cáscaras. Como no tenemos ganas de salidas ni de complicaciones -se está tan bien en la casa silenciosa- preparo un arroz con lo que sobró de anoche y lo que voy encontrando, en la nevera ya más bien desabastecida: medio calabacín, medio pimiento verde, un trozo de pimiento rojo, un casco de cebolla, un puerro, las gambas, el caldo, un culo de vino blanco que quedaba en una botella,  nada más, salvo el machacado del mortero. Mientras cocino escucho a Fred Astaire cantando junto al trío de Oscar Peterson. Luego pongo la radio y en el primer noticiario del año ya se cuenta una matanza causada por el fanatismo religioso, esta vez contra cristianos en Alejandría.  El día que empezó soleado se va nublando en la ventana de la cocina. De pronto la felicidad está hecha de unas cuantas cosas tan simples como los ingredientes de un arroz, del aroma que llena la casa entera.