El nombre en vano

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Lo bueno de leer la prensa española es que a veces uno se entera gracias a ella de cosas que uno mismo ha hecho o dicho y de las que no tenía noticia. Estoy cenando esta noche con Elvira en uno de nuestros restaurantes favoritos de Madrid, La manduca de Azagra, por gusto de celebrar el entusiasmo con que tantos lectores han recibido ya su novela, y mientras ella se ausenta un momento aigo en la tentación de mirar el blackberry: así me entero, gracias a Eduardo Suomi y a la agencia Europa Press, de que he firmado un manifiesto de intelectuales andaluces en apoyo a la huelga general de la semana que viene.

Me gustan muy poco los manifiestos. Y menos todavía me gustan los manifiestos de personas que se conceden colectivamente a sí mismas el calificativo de intelectuales. Pero lo que ya no me gusta nada, y a lo que no me acostumbro, aunque se repita tanto, es que me hagan decir lo que no he dicho, o firmar lo que no he firmado, o solidarizarme con lo que tal vez me solidarizaría o tal vez no si me lo preguntaran, o enterarme de que he estado donde no he estado. Una vez iba conduciendo felizmente por un paisaje de encinas de la sierra de Madrid y me enteré por la radio de que en ese mismo momento me encontraba en la tribuna de invitados del congreso del PSOE.  No es la primera vez. No es la segunda, ni la tercera, ni la cuarta. Lo que tengo que decir lo digo con mis propias palabras y lo firmo con mi nombre.

Nadie me ha pedido mi apoyo para la huelga general. Nadie me ha preguntado lo que pienso de ella. Pero ya puestos, no tengo reparo en decirlo. No me parece oportuna, no creo que vaya a servir para nada. O quizás sirva para mostrar la desconexión entre las cúpulas sindicales y la gente trabajadora. La libertad sindical es uno de los ejes de la democracia, pero los sindicatos no levantaron la voz en todos estos años en que se generalizaba en España un mercado de trabajo desigual e injusto, un modelo económico y educativo que nos llevaba derecho al callejón de salida tan difícil en que nos encontramos ahora. No me pareció justa la huelga del metro de Madrid, que sólo sirvió para atormentar más a mucha gente trabajadora ya maltratada por la crisis y por las medidas de austeridad del gobierno. ¿Dónde estaban los líderes sindicales del metro de Madrid cuando les rebajaban el sueldo a profesores, a médicos, a enfermeros, a policías, a guardias civiles? ¿Quién decía algo en esos tiempos en los que la crisis ya estaba golpeando y parecía que llamar la atención sobre ella era hacerle el juego a la derecha? ¿Quién levantó la voz por el escándalo de medidas tan despilfarradoras y electoralistas como el cheque bebé y los 2.500 euros de regalo fiscal? ¿O cuando ya en plena recesión se tiraron miles de millones de euros en levantar aceras y en cambiar estatuas de sitio? ¿Era justa una medida que afecta igual a quien gana el salario base y a quien tiene un sueldo de alto ejecutivo?

Me acuerdo de venir de Nueva York a principios de 2008 y tener la sensación de que llegaba al reino de nunca jamás: en Nueva York la gente no hablaba más que de la crisis, perdía el trabajo, tenía que cerrar el negocio, se quedaba sin seguro médico de la noche a la mañana. Aquí era la fiesta. Fui con Elvira a Sevilla porque le dieron la medalla de Andalucía y no se podía contar el número de coches oficiales. Si decías algo, si citabas los augurios sobre la economía española que empezaban a aparecer en la prensa internacional, le estabas haciendo el juego al catastrofismo de la derecha. Si te encontrabas a alguien de derechas, veías que se frotaba las manos ante la catástrofe económica que los iba a llevar cómodamente al poder.

De modo que no siento simpatía hacia nadie del circo político, hacia nadie, dejando aparte el grado de honradez o venalidad de cada uno. Ninguno de ellos protesta cuando se cercenan los presupuestos ya mezquinos para investigación científica y se siguen aprobando obras públicas insensatas para alimentar el electoralismo de jerifaltes populistas. Pero una línea de alta velocidad, aunque no sea sostenible en términos económicos ni medioambientales, da votos, y por lo tanto colocaciones, y un proyecto serio de investigación tendrá resultados a largo plazo que quizás los demagogos de turno no van a capitalizar.

Pensaba escribir esta noche sobre la cena deliciosa que hemos tomado, sobre la maravilla de las verduras frescas de las huertas de Navarra, hervidas y fritas en su punto, del aceite virgen y el tomate rojo y sabroso. Pero me he encendido, y como aquí se trata de escribir en el instante no voy a borrar nada.