Lo que viene

Publicado el

Lo que parecía una profecía lejana ya está sucediendo. El informe del IPCC, el panel de expertos de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, es meticuloso, y también aterrador. La subida de la temperatura en el Ártico, la rápida degradación de los bosques boreales, los episodios de frío o calor extremo, las sequías, las inundaciones, la acidificación de las aguas del océano, la pérdida de los arrecifes de coral, que son un vivero formidable de vida marina, el deshielo en Groenlandia, la subida del nivel del mar en zonas costeras muy vulnerables, como Bangladesh. Lo que se veía venir sin que importara ya está sucediendo. Y, como de costumbre, quien está pagando ya son los que menos culpa tienen, los más pobres, que no han contribuido apenas, proporcionalmente, a la emisión de gases de efecto invernadero.

Y la forma estúpida de vida que nos trae el desastre no cambia nada: la explotación insensata y depredadora de recursos naturales no renovables, el consumo compulsivo de comida insalubre y de todo tipo de objetos que dejan atrás un rastro de basuras, la idea, inverosímil, de que es posible un crecimiento ilimitado en un mundo en el que todo es escaso y tiene límites. Cada día me ofende más el espectáculo del despilfarro, cuando es tan evidente que sería posible otra forma de vida, más razonable, más austera pero no menos gozosa, en la que tuviera prioridad del acceso universal a unos cuantos bienes imprescindibles -el agua potable, la salud, la escuela, la supervivencia digna. No este delirio en el que se construyen ciudades de rascacielos de cristal en medio del  desierto, en el que unos pocos despilfarran los recuersos que bastarían para alimentar a poblaciones enteras, en el que se usa y se tira en cinco minutos una bolsa de plástico que va a durar más de quinientos años, en el que se gasta al día en regar una parcela de césped más agua de la que una persona necesita para vivir en un año.

Lo más triste de todo, y lo que nos reprocharán sin duda las generaciones futuras, es que las cosas podían haber tenido remedio. Imagino el asombro y el escándalo de los arqueólogos del porvenir cuando excaven nuestros yacimientos de basuras indestructibles.