Una obra que tiene mucho éxito por el impacto de su novedad provoca tantas imitaciones que al cabo de un tiempo parece menos original de lo que fue. En las artes de gran resonancia comercial no existe el pudor de la copia, ni casi su descrédito. Y los imitadores, repitiendo rasgos casi siempre superficiales de la obra original, los abaratan y vuelven romo lo que fue afilado, y previsible lo muy poco antes inaudito. Cuando Raymond Chandler creó a su detective Philip Marlowe tenía el presente cercano y admirable del Sam Spade y del innominado agente de la Continental de Dashiell Hammett, los dos iguales en la frialdad quirúrgica de su mirada hacia el mundo. La prosa de Dashiell Hammett es transparente, helada y cruel como un dry martini en ayunas. Raymond Chandler puede ser también lacónico y muy efectivo en el relato de la violencia, pero al encontrar la voz y el punto de vista de Philip Marlowe enriqueció el seco esquema del relato policial con una riqueza de matices y una profundidad crítica de observación de lo real que son más sugestivas todavía porque están empapadas de humorismo.
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