Estaba hablando con un conocido sobre ese político de ultraderecha valenciano que fue condenado hace 20 años por un delito de acoso, y me dijo con un aire casi de disculpa: “Pero solo era violencia psicológica”. Éramos varios en la conversación, y un tercero añadió, como aportando una información valiosa: “Es catedrático de Derecho Constitucional”. Un poco antes se había mencionado a ese antiguo torero que va a ocuparse de administrar las muy pujantes instituciones culturales de la Comunidad Valenciana, y tampoco faltó una voz ecuánime que apuntara: “Ojo, que es licenciado en Derecho”. Luego se ha sabido que este futuro prócer, aparte de extorero y de licenciado en Derecho, también es aficionado a la equitación, y que solicitó a sus fieles en las redes sociales que votaran para ayudarle a elegir el nombre de un caballo que acababa de comprarse, indeciso como estaba entre Duce y Caudillo. Quizás mi interlocutor, a quien le parecía tan positivo que este taurino y jinete ultra tuviera la carrera de Derecho, apuntaría como mérito o disculpa posible que entre los nombres posibles del caballo no hubiera incluido Führer.
La normalidad de lo inaceptable
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