Hay evidencias a las que la mente humana no puede o no sabe enfrentarse. Una de ellas es la de lo cerca que estuvo el mundo de un apocalipsis nuclear durante varios días de finales de octubre de 1962. Distraídamente recordamos documentales sobre aquella crisis de los misiles soviéticos en Cuba, y, como ha hecho 60 años justos que sucedió, lo miramos todo con la indiferencia con que se recuerdan las amenazas abolidas, o incluso con la confianza retrospectiva de que si aquel peligro se evitó tampoco debió de haber sido demasiado grave. Lo que la mente racional no puede concebir la imaginación se niega a representarlo. Los libros y los documentales sobre aquellos días de octubre se organizan hacia un crescendo narrativo que alcanza su resolución después de la tensión máxima: los buques soviéticos con armamento nuclear navegan por el Atlántico en dirección a Cuba; el presidente Kennedy ha decretado el bloqueo, y si los buques no lo acatan lo considerará un acto de guerra; en el último momento, en Moscú, Jruschov capitula y ordena que los barcos den la vuelta. Como en un duelo del Oeste, en un cruce de primeros planos de Sergio Leone, uno de los dos mantiene la mirada fija y el otro parpadea, y el mundo, los espectadores, respiran con alivio.
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