Pusieron estos días en la tv unas imágenes de unos premios Goya de hace unos años. Se ve a Pedro Almodóvar en el escenario, felicitando al entonces príncipe Felipe por su cumpleaños, que era ese día, e iniciando con perfecta jovialidad un Cumpleaños feliz al que se une el coro unánime de los asistentes a la gala: actores, directores, guionistas, la crema de la intelectualidad cinematográfica. Era lo que tocaba.
Ahora toca lo contrario. Grandes especulaciones y grandes descalificaciones se hacen dependiendo de que uno estuviera o no estuviera entre los asistentes a la célebre recepción. Yo estaba y no estaba: estaba porque así lo decía el periódico; no estaba porque carezco de lo que un antiguo jefe mío, hombre cuyo casi perfecto analfabetismo no le impidió alcanzar los escalones más altos de la administración cultural, llamaba “el don de la ubicación”: iba camino del Puerto de Santa María. El amigo Juan Luis, que acababa de llegar de Brasil y nos saludó tan cariñosamente, puede atestiguarlo.
Desayunando churros a la mañana siguiente en el mítico bar La Ponderosa me enteré por El País de que había estado en el Palacio Real. Nada como leer el periódico para estar bien informado. En cuanto a los repartidores de sambenitos fulminantes, que tanto abundan ahora, lamento estropearles una parte de la diversión.
Siempre me admira esa convicción de la propia pureza, esa seguridad de formar parte del número de los no manchados y los justos.