Uno de los muchos libros que han salido sobre la I Guerra Mundial, con ocasión del centenario, se titula The Sleepwalkers: el título alude a esos dirigentes políticos y militares europeos que se encaminaron irresponsablemente y frívolamente hacia la peor guerra que el mundo había conocido nunca en un estado como de sonambulismo, de letargo, incapaces de prever ni de lejos las consecuencias de sus actos, felices de alimentar pasiones colectivas monstruosas que acabaron en la catástrofe.
Ahora leemos sobre aquellas semanas, aquellos días que precedieron al comienzo de la guerra, y nos asombra el sonambulismo de aquella gente, como cuando leemos sobre las vísperas de la guerra española o de la II Guerra Mundial. Pero estoy seguro de que en un porvenir no muy lejano los que vengan después de nosotros se asombrarán más aún de la inconsciencia, de la indiferencia idiota, del despilfarro al que la gente del mundo desarrollado se siguió entregando cuando ya eran perfectamente visibles los efectos del cambio climático. Las noticias y las imágenes de hoy sobre la rápida desaparición del hielo antártico dan escalofríos. Pero nada más que la catástrofe nos despertará del somanbulismo. Y como siempre pagarán más los más pobres y los que menos responsabilidad hayan tenido.
