Alguien se recluye a solas en una habitación para escribir sin propósito lo que se le pasa por la cabeza, para contar lo que hace casi al mismo tiempo que está haciéndolo, para dar cuenta de lo que ve o lo que escucha, lo que ha leído, lo que recuerda. No hay apenas distancia entre el pensamiento y la escritura. Las imágenes y las palabras fluyen por la conciencia casi al mismo tiempo que los trazos sobre el papel, según ese principio zen, que les gustaba tanto a algunos pintores abstractos, de la identidad entre la idea y el gesto. Se piensa y se inventa también con la mano, se dibuja con la imaginación. En las culturas china y japonesa, muy modeladas por el taoísmo y el budismo, el arte de la inmediatez tiene una tradición de milenios: el dibujo a tinta sobre papel, la casi equivalencia entre la poesía y el dibujo, el haiku, el poema chino, parecen emanaciones instantáneas, fragmentos de presente recién apresados por una conciencia muy adiestrada y muy alerta.
[…]