De madera

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Atravesando el Midtown de Manhattan como un desfiladero de hielo fuimos a caldearnos a la exposición de Francisco Leiro en Marlborough, que se titula, con una sorna muy suya, Human ResourcesEl hilo, inusitadamente en el arte moderno, es el trabajo, el trabajo manual, el de los obreros y los artesanos, los encofradores, los carpinteros, los soldadores, o esos hombres de oficio inseguro que Leiro ha visto muchas veces emerger de los socavones de Nueva York, con sus tamaños hercúleos, sus cascos, sus guantes enormes, sus cinturones de herramientas, como druidas de una religión subterránea. En el fondo, y en la forma, la exposición trata del trabajo mismo del escultor, el escultor que todavía hace sus obras en su taller y con sus propias manos y sus herramientas. Yo llego forrado de abrigos a la galería, pero Leiro me soprepasa, porque lleva un chaquetón largo de cuero forrado de piel y una gorra con orejeras entre de soldado bolchevique y trampero del Canadá.

Leiro tiene el tamaño y la consistencia física de una de sus esculturas. Las vamos recorriendo una por una, y me cuenta la madera de la que está hecha y de dónde procedió la primera idea, que siempre es una ocurrencia visual, una observación y un dibujo. Me cuenta de qué árbol es la madera y a veces hasta la historia del árbol mismo: un gran pino que se le murió en el jardín de su casa en Galicia, un cedro que talaron los constructores de una urbanización. Una de las figuras está hecha con fragmentos de una viga que sostuvo el techo de una fábrica de conservas clausurada: se ve el agujero de uno de los clavos, y el rastro de óxido que dejó en la madera durante un siglo, y todos esos accidentes acaban formando parte de la escultura, como la consistencia de la madera de cada especie en particular, o las líneas de las dendritas, que trazan dibujos fantásticos. La máscara de un soldador tiene algo de máscara tribal primitiva. La horquilla de un tronco invertido viene muy bien para dotar a una  figura de algo semejante a unos pantalones bombachos. Un fraile que parece hecho de un solo bloque tiene la cabeza pequeña y dos manazas enormes. Yo aprovecho para hacer lo que está prohibido en los museos, para tocar todas las esculturas, rozarlas con la palma de la mano abierta, percibiendo texturas, rugosidades, cortes. leiro-2Cómo se va a comprender algo de una escultura si no se llega a tocarla. Las mejores de Leiro tienen una extraordinaria cualidad de presencia: pesan sobre el suelo, como sujetas a él por las raíces fantasmas de los árboles de las que proceden, existen como árboles o como bloques de piedra, como existencias humanas.

Cuando salimos a la calle 57, con esa sombra homicida de los edificios muy altos en la que el viento es más helado aún, Leiro va con sus chaquetón y su gorro siberianos, y eso me hace acordarme de ese libro terrible de Shalámov, los Relatos de Kolima . Según cuenta Shalámov, los presos de los campos soviéticos el el Extremo Norte tenía una manera de saber cuándo el frío llegada a los cincuenta bajo cero: cuando escupían y la saliva se convertía en hielo.