Lo siento, pero no puedo evitar el rechazo instintivo hacia esa pompa entre francesa y latinoamericana(también española) de los Grandes Hombres, los que se mueren y les dedican entierros oficiales, y los periódicos dicen que los llora todo el país, y les cubren el ataúd con una bandera, y los figurones de la política hacen declaraciones solemnes sobre ellos, y es como si ellos solos representaran o contuvieran a su país entero, a todo un continente. Grandes Varones, casi siempre. Padres de la Patria. Lápidas y estatuas en los panteones de glorias nacionales, discursos, himnos.
A un escritor, a un artista, le cuadra mejor algo de sigilo. Borges se murió discretamente en Ginebra, y fue enterrado allí. Se supo que Samuel Beckett había muerto cuando llevaba una semana en la tumba. También se supo, pero sólo después de su muerte, que había donado el importe del Nobel a causas benéficas. Cuando murió Faulkner, en su pueblo, Oxford, Mississipi, cerraron las tiendas, pero nada más que media jornada. A Óscar Niemeyer se le consagran en Brasil siete días de luto nacional. Los periódicos entran en un frenesí de titulares y de necrológicas: BRASIL LLORA A SU GRAN SOÑADOR. Nadie es tan importante. Pero enseguida aflora la enfermiza necesidad humana de levantar ídolos, de adorar a dioses, de arrodillarse ante salvadores y tiranos.