Mientras la manifestación en defensa de la sanidad pública subía por el paseo del Prado como un gran río civil nosotros hablábamos de pintura y de pintores en el salón de actos del Thyssen. Era muy difícil llegar, porque toda esa parte de la ciudad estaba cortada al tráfico. Al salir del metro junto al Banco de España vi a la multitud con sus pancartas y sus batas blancas y lamenté no poder sumarme a ella.
Que no hubiera mucha gente le daba al acto un aire grato de confidencialidad. Algunas caras de amigos, y otras que sólo supe que lo eran cuando se acercaban al final para identificarse como habituales de esta página. Habló muy bien Guillermo Solana, el director del museo. Siempre está bien conversar sobre las cosas que a uno le gustan. Conversar porque sí, procurando no dar una charla ni dar la charla, ejercer el proselitismo de las mejores aficiones.
La conversación se prolongó luego en una cena, ya con el alivio del compromiso terminado, con esa cerveza que sabe a gloria y le quita a uno de golpe la sequedad de la boca. Una mesa en La Ancha, de la calle Zorrilla, que tiene una solvencia de antigua casa de comidas de Madrid. Joan Tarrida, el editor de Galaxia, María Cifuentes, que dirigió Taurus muchos años y ahora trabaja con él, Benet Casablancas, mi amigo compositor, recién llegado de Barcelona. La conversación derivó rápidamente hacia la música y Benet estuvo contándonos cosas con esa mezcla de apasionamiento y claridad que tiene siempre cuando habla de lo suyo. Me recuerda algo que decía Nietzsche: tiene el don de explicar lo que ha comprendido. Benet, que estudió en Viena, conoció allí a Ligeti. Nos contó la sorpresa que se llevó Ligeti cuando fue a ver 2001 Odisea en el espacio y reconoció fragmentos de su música en la banda sonora. Ni Kubrick ni nadie le había pedido permiso. Ligeti tuvo que poner una demanda y al final la productora le dio una cantidad miserable. Se ve que los grandes presupuestos de Hollywood no daban para pagarle dignamente a un compositor.
Casablancas es un músico muy aficionado a la literatura y al cine. Nos explica cosas de los compositores que le gustan: de Wagner, de Bach, de Haydn, de Mahler, de Mompou, de Fauré, de Bruckner. Defiende con plena convicción y con argumentos muy técnicos la superioridad de las grabaciones analógicas sobre las digitales. Y de pronto se para y dice: “Pero qué vergüenza. Por culpa mía sólo estamos hablando de música”.
Pero no se puede hablar de verdad de música ni de literatura ni de cuadros sin hablar implícitamente de muchas más cosas.