Dos regalos

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Mi amigo Antonio Madrid, amigo invariable desde los once años, se presenta en casa de mi madre con dos regalos para nosotros: un bote de aceitunas y una botella de vino. El bote de aceitunas es un bote usado de Nescafé. La botella de vino tiene una etiqueta comercial pero un tapón de corcho que sobresale por encima: Antonio es militante del del uso continuado de las cosas y del reciclaje. Las aceituna de cornezuelo las ha recogido y las ha machacado y envasado él mismo. También ha hecho él mismo este vino blanco de sabor  a fruta y color dorado un poco turbio. En la pequeña finca en la que tiene su casa a las afueras de Úbeda hay olivos y unas cepas de viña, y como Antonio está siempre ideando cosas este año se le ocurrió elaborar vino, con una mezcla de saberes muy suya: utilizando sus conocimientos como biólogo, escuchando a la gente del campo, experimentando, buscando en internet. Hace muchos años, en el instituto inolvidable de enseñanza media de Úbeda donde los dos nos educamos juntos, él se inclinó por las ciencias y yo por las letras. En esa época yo era el campesino, y Antonio el ciudadano: mi padre trabajaba en la huerta y en el mercado y el suyo en un banco. Ahora los papeles se han invertido, y el campesino, el hortelano, es él, que va camino de una autosuficiencia robinsoniana. Se ocupa de los controles sanitarios en un matadero y cultiva su huerta. Parece saberlo todo sobre la fertilidad o el agotamiento de la tierra, sobre las plagas, sobre la orientación más conveniente para cada cultivo. Me cuenta completo el ciclo biológico de un parásito del olivo al que las personas mayores llamaban “la palomilla”. Como siempre ha sido amigo de las grandes teorías hace un repaso general sobre el estado del mundo y enuncia sus conclusiones: acabado el modelo de crecimiento ilimitado y especulativo, el único remedio es decrecer y usar toda la astucia antigua y toda la tecnología de ahora mismo para vivir mejor con mucho menos, en un mundo de recursos naturales cada vez más limitados. Bebemos su vino blanco, que está fresquito y entra bien, y nos comemos sus aceitunas machacadas, y Antonio habla de la imposibilidad europea de competir con la industria china, de un nematodo maldito que este verano le atacaba las raíces de sus matas de tomates, de las ventajas del estiércol de gallina, de por qué los olivos de una cierta zona de Úbeda son los que dan más rendimiento en el mundo… Nos veremos de nuevo dentro de unos meses, o de un año o dos años, y dará lo mismo: será como si hubiéramos estado juntos la tarde antes. La amistad es una conversación intermitente que va durando a lo largo de toda la vida.