Ahora que lo pienso, la literatura cumple un servicio público: el de filtrar y limpiar el idioma, como filtraban y limpiaban el agua de la bahía de Nueva York los millones de ostras que cubrían el lecho de la desembocadura del Hudson antes de que la polución industrial y el exceso de consumo casi acabaran con ellas. Cervantes, Dickens, Flaubert, Galdós, Joyce, Proust, Charlotte Brontë, etc, tienen en común una sensibilidad entre festiva y dolorosa hacia las palabras y los vicios y las tonterías del habla, un oído absoluto para detectar la degradación a la que políticos, predicadores, vendedores, encantadores de serpientes, literatos inflados, cretinos a la moda, puritanos lingúísticos, someten continuamente a un idioma. San Juan de la Cruz, Pascal, Fray Luis, Baudelaire, Emily Dickinson, escriben con un grado máximo de pureza expresiva: en ellos el idioma es un chorro limpio de agua que hace relucir el mundo y vivifica a quien la bebe. Pero los otros logran algo tal vez más difícil: abrazan sin discriminación el gran río turbio en el que confluyen todas las variantes de una lengua y mediante la ironía, la parodia, la fuerza inventiva, el sarcasmo, ponen en evidencia las jergas embusteras, y las someten a la presión del habla limpia, de la precisión del estilo. A Don Quijote no se le escapa ninguna de las tonterías lingüísticas de Sancho Panza, o de cualquier otro personaje trapacero o pomposo con el que se cruza, y tiene la manía impertinente de corregirlos a todos. Flaubert escribe una prosa que sólo puede compararse en su exactitud visionaria a la prosa y a los versos de Baudelaire, pero recoge como con pinzas de botánico todas las tonterías de la retórica de su tiempo, con las que llegó a componer un diccionario entero. Orwell sabía que la corrupción del pensamiento en las dictaduras era inseparable de la corrupción de las palabras. Leo el periódico y me doy cuenta de que cada época tiene, por encima de la belleza habitual del habla -las personas comunes suelen expresarse muy bien en su vida diaria- , una espuma sucia de palabrería política, periódistica, intelectual, publicitaria, una pringue que seduce y contamina de manera inconsciente porque tiene a su favor toda la inercia de la moda, y que vuelve borrosa la realidad, como un cristal por el que es urgente pasar un paño húmedo.
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