He lamentado no poder encontrarme en Madrid con mi admirado Tzvetan Todorov, que además de un ensayista claro y luminoso es un conversador de primera calidad. Hace unos años estuve con él cuando vino a presentar El miedo a los bárbaros , que es una defensa militante de la razón ilustrada y de la democracia frente a las tentaciones de cerrazón mental y xenofobia que arrecian en cuanto surge una amenaza como la del terrorismo. Todorov es un hombre alto, muy flaco, con elocuente pelo blanco, con una sonrisa paciente y cordial. Entre sus libros me gusta especialmente uno, L’homme dépaysé, “el hombre desterrado”, creo que se tradujo aquí, que es una memoria de su tránsito personal de la Bulgaria comunista al París de las vísperas del 68 y de ahí a las universidades americanas, y una reflexión sobre las identidades mezcladas y sucesivas y siempre frágiles de quien por un motivo u otro abandonó su tierra natal.
Ahora Todorov ha venido a presentar un libro sobre Goya, y veo en el periódico que lamenta las opiniones despectivas que al parecer tenía Ortega sobre la inteligencia y la cultura del pintor. Qué español es eso, mirar por encima del hombro. Parece que Ortega, tan sofisticado, veía a Goya como una especie de obrero de la pintura. Me recuerda eso el desdén de Unamuno hacia Cervantes, el “ingenio lego” que no era capaz ni de darse cuenta de la grandeza del personaje que él mismo había creado, más o menos por casualidad. Comparado con la opinión que Unamuno tenía de sí mismo, Cervantes no pasaba de la mediocridad.
Qué listos somos. Qué raro que habiendo entre nosotros tal acumulación de inteligencia estemos como estamos. Con la misma desenvoltura con que se desdeña a Goya o a Cervantes varias generaciones de literatos españoles vienen perdonándole la vida a Galdós, otro simple, un antiguo. Cuántas veces habré escuchado decir a un colega: “A mí Galdós no me interesa nada”. Entonces me dan ganas de preguntar: ¿Qué libros de Galdós has leído? ¿Cómo estás tan seguro de que estás por encima de él?
Lo que más me aleja de los ambientes culturales o intelectuales o literarios españoles es el prestigio del desdén.
