A las personas de letras nos conviene de vez en cuando fijarnos en los números, aunque no sepamos mucho de ellos, por esa tonta división entre ciencias y humanidades que tanto perjudica nuestra capacidad de comprender el mundo. A las personas de letras nos parece que todo puede ser explicado con palabras, de modo que a veces, inevitablemente, hablamos o escribimos demasiado. De pronto algunos números son un antídoto para nuestro atolondramiento.
Una información esperanzadora en el New York Times de hoy cuenta el hallazgo de que una de las medicinas que ahora se usan para mantener bajo control la infección por V.I.H. , Truvada, tiene un efecto preventivo extraordinario y del todo inesperado: según un amplio experimento, el noventa por ciento de las personas que la han tomado a diario exponiéndose al mismo tiempo a relaciones sexuales de riesgo permanecen inmunes a la infección. Y ahora vienen los números: en Estados Unidos, una pastilla diaria de Truvada cuesta al año entre doce mil y catorce mil dólares; pero en algunos países pobres se puede usar un genérico por cincuenta centavos al día. En el mundo hay 33 millones de infectados de VIH, pero sólo 5 de ellos reciben tratamiento. ¿Cómo puede valer la misma medicina de primera necesidad unas veces doce mil dólares y otras menos de doscientos al año? Y si se puede hacer ue cueste tan poco, ¿cómo hay 28 millones de personas que no reciben ninguna medicación?
La realidad es demagógica: otra noticia de primera página es que, a pesar de que el paro no desciende y la gente sigue siendo expulsada de las casas que no puede pagar, los bancos de inversión y las empresas financieras de Wall Street están volviendo a tener beneficios récord. Una cirujana plástica declara con satisfacción que el negocio vuelve a animarse. Las grandes casas de subastas de arte auguran una magnífica temporada.